La mujer en la minería

Existe toda una mitología alrededor del tema. Tiene que ver con la complejidad del sincretismo. Con la veneración de los mineros a la Virgen a la luz del día y con la devoción al diablo en la oscuridad de los socavones.

Al diablo se le dan misas, se le realizan sacrificios y también ofrendas de coca, alcohol, cigarrillos y serpentinas de colores en el altar o Ukako levantado en el fondo de la mina o en alguna de sus galerías. Es el pacto al «Tío de la Mina» o Zupay para que sea generoso con las riquezas ocultas y también para que no se cobre víctimas entre los mineros. El multimillonario boliviano Simón Patiño, dueño de una de las más grandes fortunas de la primera mitad del siglo XX, fue acusado de haber pactado con el diablo. Augusto Céspedes inmortalizó el tema en su novela «El metal del Diablo».

Nuestro laureado poeta Manuel J. Castilla, en su libro Copajira, hizo referencia a muchos de los temas que rodean la cosmovisión minera y entre ellos les cantó a las palliris, mujeres que tienen vedado el ingreso al interior mina, pero que realizan un duro trabajo separando el metal del estéril en las canchaminas.

En la década de 1970, siendo estudiante de geología, estuve en la vieja explotación subterránea de mina Pirquitas (Jujuy), donde aún se mantenían intactas las costumbres ancestrales. Más tarde me tocó observar cuestiones similares en Bolivia y Perú. Era una materia internalizada el tema de la mujer y el folclore negativo que ella representaba.

Por ello fue una sorpresa mayúscula cuando al bajar a 400 metros de profundidad en la vieja mina Billie, en el Valle de la Muerte en California, Estados Unidos, me topé de frente con una hermosa rubia que conducía una mini locomotora que tiraba una cadena de vagonetas. Era difícil aceptar eso cuando se estaba formado en una mentalidad diferente y en el acto, aún en el marco de la propia incredulidad, demonios, derrumbes, desgracias y otras cuestiones se me vinieron a la mente. Estaba claro que para los anglosajones eso no era un problema, aún cuando también tienen su propia mitología de duendes de los socavones.

Tal vez la primera mujer que desafió abiertamente el mito minero fue la genial artista plástica Lola Mora. Como se sabe, Lola abandonó el arte para dedicarse a la minería y el petróleo en sus últimos años de vida en Salta.

Lola adquirió y exploró minas de cobre, oro y azufre en la Puna salteña. Ella sola, con escasos capitales, y la compañía de un par de peones y un par de perros encaró la aventura minera de la Puna en la década de 1920. Cuando lo único que imperaba allí y entonces eran los prejuicios y diversos mitos singulares. También en esto Lola fue una pionera, como lo fuera al haber explotado por primera vez hidrocarburos no convencionales a partir de los esquistos bituminosos de Rosario de la Frontera de los que obtuvo shale oil y shale gas.

Con el advenimiento de la minería moderna y con los nuevos roles que la mujer ocupa en el amplio espectro de las actividades laborales, hubo un giro mayúsculo a la vieja historia mítica de celos diabólicos.

En su mayoría las minas subterráneas fueron reemplazadas por minas a cielo abierto y obviamente aquí el diablo no tiene cabida. Se le acabó al demonio la oscuridad cómplice de los socavones profundos.

Hoy en las grandes minas a cielo abierto los «dumpers», enormes camiones que transportan 200 a 400 toneladas de carga, son conducidos por mujeres. Son principalmente mujeres las que se capacitan para manejar esos gigantes computarizados a lo largo de los estrechos caminos que salen del fondo de la mina con forma de anfiteatro. Ellas tienen habilidades que las hacen igual o mejor conductoras que los hombres. Por eso no deja de extrañar que en Salta se le haya prohibido a una mujer ser chofer de ómnibus urbanos y que ésta haya tenido que llegar hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación para que le dé la razón.

Pero no solamente encontramos a las mujeres conduciendo los mega camiones, sino también en su rol de geólogas, ingenieras de minas, ingenieras metalúrgicas, químicas e industriales, ingenieras ambientales, técnicas mineras, laboratoristas, topógrafas, ayudantes de perforación, maquinistas, encargadas del catering, meteorólogas, informáticas, médicas, enfermeras, especialistas en higiene y seguridad, control de personal, recursos humanos y responsabilidad social, logística, entre un sinnúmero de actividades que hacen al servicio minero directo e indirecto.

Quienes trabajan en forma directa en la explotación de las grandes minas a cielo abierto ganan sueldos internacionales y cuentan con obras sociales de excelencia.

Un ejemplo interesante de capacitación para técnicos mineros a nivel terciario lo constituye la Tecnicatura de Minería que se inauguró algunos años atrás en Campo Quijano (Salta). Esta localidad conocida como el «Portal de los Andes» es la puerta de entrada a la Puna Argentina, la principal región minera de la provincia, a través de la ruta nacional N° 51 y el ramal C-14 del ferrocarril General Belgrano. Asisten allí unos 300 alumnos y cuando se realiza un análisis rápido de la matrícula se puede apreciar que está compuesto en una gran proporción por mujeres. En muchos casos hijas e hijos de viejos mineros puneños.

Lo mismo sucede con la carrera de Geología en la Universidad Nacional de Salta donde las mujeres han ido ganando espacio en una profesión históricamente masculina y hoy son parte importante de la matrícula.

Muchas de las geólogas egresadas de la UNSa se encuentran trabajando en la actividad minera o petrolera, tanto dentro como fuera del país. Incluso se desempeñan en algunos países árabes donde la aceptación plena de la mujer deja mucho que desear.

La educación moderna y global, exigente y especializada, fue el tema abordado por los participantes de «Salta en un mundo en cambio» con las disertaciones de Silvia Álvarez y Natalia Buira. Esta nota es un aporte en dicho sentido y un humilde homenaje a Lola Mora, ejemplo de vida, potenciadora de nuevos horizontes, y una de las mujeres pioneras de la minería argentina.

fuente: el tribuno

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