Uso del agua en la minería argentina: sobre mitos y visiones contrastantes

En la Argentina y en buena parte del mundo, una de las principales críticas que se le realiza a la minería tiene que ver con el uso excesivo del agua y la contaminación de cursos hídricos. En base a lo expuesto por las organizaciones ambientalistas más importantes, a nivel social es prácticamente una verdad aceptada que la minería metalífera dilapida este recurso vital o que contamina las aguas. ¿Es posible realizar esta generalización o también hay muchos mitos y  relatos construidos en torno a la relación entre el agua y la minería?

Al igual que sucede en muchas otras temáticas inherentes al espacio de intercambio entre la industria y el ambiente, en la mayoría de los casos se advierten posturas demasiado rígidas (o hasta incluso fanáticas) con respecto al uso del agua en la minería argentina. Mientras para algunos sectores las compañías mineras son bastiones impolutos de la responsabilidad

empresarial en el cuidado del agua, para otros conforman un verdadero “eje del mal” que dilapida y contamina cada día los recursos hídricos nacionales.

Sin embargo, en ambas posturas extremas existe un relato edificado a lo largo del tiempo que impide un análisis más profundo y certero de un tema tan complejo. Por ejemplo, una de las “verdades instaladas” indica que las operaciones mineras son por lejos la actividad económica que más dilapida el agua. ¿Qué datos nos permitirían verificar esta aseveración?

Una realidad diferente

Según datos del Departamento de Hidráulica y del Ministerio de Minería de la provincia de San Juan, en la cual la extracción metalífera tiene un papel preponderante, en el período 2006-2007 los proyectos Casposo, Gualcamayo y Veladero, consumieron 116 litros de agua por segundo, en tanto que las 104.705 hectáreas dedicadas a la agricultura de riego en el territorio sanjuanino utilizaron 26.490 litros de agua por segundo. La diferencia es abismal: la actividad minera empleó menos del 0,5% del agua requerida por las superficies cultivadas.

Por otro lado, de acuerdo a las estadísticas actuales del Departamento General de Irrigación de la provincia de Mendoza, una chacra con 1.000 hectáreas dedicadas al cultivo de vides consume 253 litros de agua por segundo. Si comparamos estas cifras con las indicadas para la minería en San

Juan podemos apreciar que los tres proyectos metalíferos más fuertes no llegan a la mitad del consumo estimado para esa fracción mínima de la producción vitivinícola mendocina.

Es necesario tener en cuenta que en Mendoza existen alrededor de 267.000 hectáreas con plantaciones bajo riego, según el Censo Nacional Agropecuario 2008.

 

Una cuestión de imagen

 

¿Por qué, entonces, la agricultura y la vitivinicultura no tienen tanta “mala prensa” con respecto al uso del agua como la minería? Si extrapoláramos en un sentido matemático los

indicadores de consumo de agua al campo comunicacional podríamos concluir rápidamente que los valores de las variables se invierten con claridad. En el “universo paralelo” del discurso mediático mayoritario o las mediciones de opinión pública, el agua que en la realidad física consumen la

agricultura o la vitivinicultura es en verdad la que utiliza la minería Más allá de esta paradoja, a nivel internacional se repite este fenómeno si consideramos que en la mayoría de los países con una producción minera importante el uso del agua en las locaciones es hasta 35 veces menor al registrado por la producción agrícola. La minería concentra el 1% del total

del agua utilizada para la actividad humana en Estados Unidos, el 4% en Chile y el 2% en Perú.

El costado oscuro En otro orden, las cifras mencionadas no suponen el menosprecio del grave daño al ambiente que puede generar la minería sin los controles correspondientes y sin la consideración de dicho impacto por parte de las empresas. Tampocodeben hacer olvidar que es vital la realización de los mayores esfuerzos en cuanto a un uso mínimo del agua en las operaciones mineras, teniendo en cuenta la escasez de este recurso no renovable.

Un punto aparte merece la contaminación del agua a partir de la actividad minera, por ejemplo a través de fenómenos como el drenaje ácido, la sedimentación o la deposición inadecuada

de agentes químicos en los cursos de agua. En Estados Unidos, el drenaje ácido minero ha generado la contaminación de 120 millas de arroyos y ríos, mientras que en la

provincia de Colombia Británica, en Canadá, los desechos capaces de producir drenaje ácido y afectar los cursos de agua se incrementan a razón de 25 millones de toneladas por año.

En Argentina, distintas organizaciones ambientalistas han denunciado que la descarga de sólidos generados por la actividad minera relacionada con el carbón mineral en Río Turbio impacta negativamente en el Río Gallegos. Otro tanto ha sucedido con la extracción de calizas en el área pampeana o con la extracción de uranio en la región cuyana, sobre las cuales existen dudas relativas a posibles consecuencias negativas sobre diferentes cursos de agua.

Para finalizar, queda claro que en una cuestión tan compleja no es factible centrarse en posiciones fundamentalistas. En ocasiones, la minería es denostada sin razón en base a una mala imagen creada (muchas veces con fundamentos) a lo largo de las décadas. Pero el control ambiental estricto por parte de las autoridades responsables es crucial para evitar impactos irreversibles, entendiendo que hablamos de un recurso tan escaso como imprescindible y estratégico.

 

 

Por Pablo Javier Piacente.

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